EPICUREÍSMO, ESTOICÍSMO Y BUDISMO: PARALELÍSMOS Y DIFERENCIAS


El objetivo de esta entrada, en primer lugar, es exponer las ideas principales del budismo, para después hablar un poco más en profundidad del budismo zen. En la segunda parte, hablaré de epicureísmo y estoicismo, a fin de compararlas con esta rama del budismo que traté al principio.
 

BUDISMO:

El budismo tiene una cosmovisión que a menudo se ha considerado pesimista, debido a como aparece enunciada la primera noble verdad: la existencia es dolor (dukkha) (en ocasiones se traduce como sufrimiento. En cualquier caso, tomaremos dolor y sufrimiento como sinónimos). De lo que el budismo trata, a grandes rasgos, es de entender de donde viene ese sufrimiento y eliminarlo; lo primero que debemos preguntarlos es: ¿de dónde viene el sufrimiento? Para poder entenderlo, es necesario que introduzcamos uno de los conceptos fundamentales del budismo: el samsara:

“Todo es pasajero, nada dura. Es nacimiento y muerte, desarrollo y perecimiento, combinación y disolución. […] El mundo está lleno de cambios y transformaciones. Todo es Samsara. ¿No hay nada permanente en el mundo? En la inquietud universal, ¿no hay un lugar de reposo donde nuestro corazón pueda hallar la paz?” (Carus, 2008, p.16)

El término samsara es complicado, no obstante, la traducción que de él se suele hacer es “existencia cíclica” o “rueda de la existencia”; se trata del estado de no-iluminación, en el cual la mente, esclava de los tres venenos: el apego, la aversión y la ignorancia, se mueve sin control, de un estado a otro, pasando a través de interminables corrientes de experiencias psicológicas, todas ellas caracterizadas por el sufrimiento (dukkha). Ahora bien, son necesarias un par de aclaraciones, como, por ejemplo, ¿qué es el estado de no-iluminación? Cuando se habla de esto, nos referimos a ese estado en el que se encuentra la mente cuando no se ha liberado de aquellas causas o circunstancias en las cuales sigue presa de esos tres venenos. Pero ¿qué son estos venenos en último término? Son los tres elementos principales que caracterizan a todos los estados mentales negativos, estados que causan dolor o sufrimiento. Veámoslos más detalladamente:

1-     Empecemos por la aversión o el odio: se refiere a cualquier sentimiento o pensamiento emocional que nos haga sentirnos opuestos a algo. Hace que experimentemos repulsión porque, aparte de sentirlo distinto, lo siento opuesto, lo cual me desagrada. Esta es la causa de que odiemos a personas o sintamos rechazo a ciertos objetos o situaciones.

2-     El segundo veneno es el conocido como apego o deseo: consiste en convertir la atracción hacia algo en un sentimiento tan fuerte que hace que lo concibas como necesario (“no puedo vivir sin x”). Se trata de una atracción total hacia algo o alguien.

3-     Por último, tenemos el origen de todos los anteriores y tercer veneno: la ignorancia. Es el hecho de no ver la realidad tal y como es, la ignorancia es la que nos hace que sintamos, por ejemplo, preocupación por circunstancias que no son preocupantes en absoluto.

La ignorancia es la que nos lleva al siguiente punto: volviendo a la definición de samsara, esta explica que, debido a estos tres sentimientos, la mente pasa por circunstancias distintas en un mundo cambiante; el mundo cambia, pero la mente permanece atrapada, fijada, por el apego hacia ciertos elementos del mundo. Pues bien, el samsara es esto mismo. El mundo para quien no se encuentra en el estado de iluminación es el samsara, ya que su mente vive estas experiencias respecto al mundo y no conoce que, en realidad, esa no es la realidad última. Pero de esto hablaremos un poco más adelante.

Todos los seres humanos, desde el momento en que nacemos, nos encontraríamos insertos en las vicisitudes del mundo, de modo que nuestra vida está avocada al dolor; parece, en efecto, un planteamiento más bien pesimista y que podría desembocar en puro nihilísmo si no fuese por lo que nos aparece planteado en la tercera noble verdad: la cesación del dolor. Si bien la primera noble verdad nos hablan de la existencia del dolor y la segunda habla de las causas del mismo (como acabamos de ver), esta tercera nos habla de que es posible deshacernos de este sufrimiento: “El que subyuga su “yo” se libra de la concupiscencia. Y no sintiendo apego, la llama del deseo no encuentra tampoco aliento para nutrirse. Y así debe extinguirse” (Carus, 2008, p.52)

¿Cómo nos deshacemos del sufrimiento? La cuarta noble verdad es la que nos explica cómo, a través de lo que se llama “el óctuple sendero”, llegaremos al cese de ese sufrimiento y, en último término, al nirvana. Antes de definir qué es el nirvana, es necesario matizar en qué consiste ese “óctuple sendero”: esto es una suerte de camino que el sabio debe seguir, y consiste en la buena manera de comprender, las buenas resoluciones, la buena manera de hablar, la buena manera de obrar, la buena manera de ganarse la vida, los buenos esfuerzos, los buenos pensamientos y la saludable paz del espíritu (Carus, 2008, p.53) Este camino es lo que se entiende por lo verdadero, el dharma; se ha entendido cual es la raíz del sufrimiento y cómo eliminarlo por medio de este sendero. Pasemos ahora a explicar en qué consiste el nirvana: significa la extinción tanto de los deseos como de la propia personalidad. No es un lugar, sino que es un estado al que se puede llegar incluso antes de la muerte; según la corriente Hinayana1, se define como “extinción de la ilusión”, según el Mahayana2 como “adquisición de la verdad”. Según esa última definición, el nirvana es igual a iluminación y, por lo tanto, a la extinción de esos tres venenos de los que hablaba antes, a saber, el apego, el odio, y la ignorancia.

EL BUDISMO ZEN:

Todo esto que acabo de exponer hasta ahora es la doctrina principal que todas las distintas escuelas y ramas del budismo tienen en común. El budismo zen pertenece a la rama Mahayana, y llegó a Japón desde China, donde se le conocía como budismo chan. El zen no puede encasillarse dentro de las categorías occidentales de pensamiento; es lo que se conoce como “camino de liberación”, similar al taoísmo, el cual ejerce una profunda influencia en el zen. El camino que sigue el taoísmo es el de perfecta comunión con la naturaleza, sin tratar de dominarla o someterla; concibe la realidad sin dualismos, donde los opuestos no se entienden como tal, sino como complementarios. En lugar de ver el mundo como un ente separado del hombre, debe verse como un ente cuyos cambios podemos utilizar como combustible para progresar.

El zen no tiene textos canónicos, más allá de algunos sutras y koans, y esto es debido al énfasis que pone en la experiencia directa, en lugar del conocimiento y argumento; es aquí donde se ve la influencia del taoísmo y su cautela con el lenguaje. A fin de cuentas, los conceptos que el lenguaje emplea hacen distinciones ilusorias en último término. Lo conceptual y teórico habla de generalidades y abstracciones, mientras que el mundo es concreto, aquí y ahora; por supuesto, el lenguaje tiene utilidad, pero nunca podrá captar la totalidad de la realidad. Esto es lo característico del zen: la experiencia de la realidad tal y como es, no a través de palabras.

Ahora bien, ¿cómo podemos alcanzar esta experiencia de la realidad? A través de la meditación, el otro elemento constitutivo más importante del zen. Existen dos formas en las que la meditación se lleva a cabo: la perteneciente a la escuela Rinzai, donde se hace uso del ya mencionado koan, que consiste en una suerte de pregunta o acertijo que no es susceptible de ser respondido a través de la reflexión racional; el maestro lanza esta pregunta al alumno, quien pasa largo tiempo meditándola y que, eventualmente, pasará a compartir sus reflexiones con el maestro, de forma que podrá ir eliminando aquellos hábitos mentales que le impedían ver la realidad tal y como es. El objetivo de esta práctica es lograr la iluminación o satori; en otras escuelas, el despertar, la iluminación o el bodhi son logros remotos y casi sobrehumanos, que solo pueden ser alcanzados por medio del esfuerzo paciente a través de muchas vidas, en el zen, esto es algo que se da en un flechazo, en el momento en que menos se espera y de forma muy natural. En la escuela Sōtō, el satori se alcanza de una manera distinta; su creador, Dogen, percibía el deseo de alcanzar la iluminación como parte del problema, de modo que la iluminación no es algo que se adquiere por medio del esfuerzo, sino que es algo que ha estado ahí siempre. Los niños y los animales son seres ya iluminados, porque su forma de ser es directa e inocente. El punto de la meditación es darse cuenta de esta iluminación original.

Lo que ambas escuelas comparten es su rechazo del dualismo entre sujeto y objeto. El problema con los dualismos es que son incapaces de captar la realidad como una totalidad, al favorecer siempre un aspecto de la misma sobre otro (bien/mal, hombre/mujer, etc.); el zen es intuitivo y experiencial. Nuestra capacidad de crear símbolos hace que convirtamos nuestra propia mente en un objeto de estudio, hasta tal punto de identificarnos con esa mente, la idea que tenemos de nosotros mismos; esta idea es la que muchos tratan de pulir y purificar en la meditación, cayendo en la trampa de continuar generando símbolos y abstracciones, atrapado en la autoreferencialidad de la mente: “Siempre digo que hay que comprender el ego, pero…realmente no hay ego, no hay sustancia del ego. ¿Dónde podemos situar esa sustancia? […] ¿En el espíritu? ¿Qué es el espíritu? Esta pregunta es un problema, el mayor problema de la psicología, de la filosofía y de la religión.” (Deshimaru, 2008, p.13).

La meditación en estas escuelas recibe el nombre de zazen, que literalmente significa meditación sentada; la práctica de la meditación, sin embargo, no es algo que solo se lleve a cabo sentado, sino que está presente en cada actividad de la vida cotidiana. Se trata de estar presente en cada momento, sin generar abstracciones y conceptualizaciones. La raíz del sufrimiento está en tratar de pulir y comprender la mente; la idea no es dejar de pensar, sino hacerlo de manera natural y espontánea, sin ser un observador de su propio pensar. Debemos soltar este control intencional, sin embargo, el propio deseo de soltarlo (el deseo era uno de los tres venenos que causan sufrimiento) perpetua el problema. He aquí la paradoja de se “intencionalmente espontáneo”; no obstante, el propio ego autoreferencial acabará desapareciendo, aniquilado por su propia trampa, se trata simplemente de dejar que él mismo desaparezca tratando de no evitar que estos pensamientos aparezcan. Son paradojas que acaban desapareciendo por sí solas, de modo que no es necesario forzar nada.

FILOSOFÍAS HELENÍSTICAS:

Las filosofías helenísticas nacen como una contraposición a las doctrinas de Platón y Aristóteles y, en su lugar, proponen una estética de la existencia, entendida como creación. Hablamos de antropologías existenciales que buscan la construcción de una buena creación individual; buscan la soberanía del sujeto y tratan de ser una terapia para los deseos. Tanto el estoicismo como el epicureísmo tratan de hacer hermenéutica del deseo. Los filósofos helenísticos abandonan el estilo eidético para pasar a un estilo más médico (metafóricamente hablando), se centran en el cuidado de sí, buscan la verdad desde un punto de vista existencial; el hombre que surge como creador de sí mismo y que se sitúa frente a la moral imperativa.

EPICUREISMO:

La preocupación básica de esta filosofía es práctica: la cuestión de cómo vivir bien. Cualquier reflexión teórica que se haga, se hará en aras a algún beneficio para la vida práctica. En el caso de Epicuro, la cuestión de la buena vida es sencilla: grosso modo, consiste en cultivar el placer y evitar el dolor. Parece una cuestión muy obvia, ya que a priori es algo que todos los animales hacemos, pero hay distintas formas de evitar el dolor. La cuestión de las opiniones y representaciones que uno tiene del mundo que le rodea es clave, ya que de esas opiniones nacen todas aquellas cuestiones que nos causan malestar; una de las citas más conocidas de Epicteto dice así: “el hombre no está preocupado tanto por sus problemas reales como por sus ansiedades imaginarias sobre los problemas reales”. A pesar de que Epicteto era un estoico, sus palabras nos sirven para introducir el tema del sufrimiento que nos causan, por un lado, los deseos, y, por otro lado, los miedos.

Las condiciones sociales a menudo son las que conforman nuestros pensamientos y deseos, el análisis que Epicuro hace de los deseos es el siguiente: existen una serie de deseos naturales y necesarios, como dormir o beber, después están los naturales y no necesarios, como el deseo sexual, y, por último, se encuentran los deseos ni naturales ni necesarios, como las ansias de poder y dinero. De estos últimos son de los que más alejados debemos mantenernos; cuando Epicuro habla de buscar placer y evitar el dolor, lo que busca es encontrar ese placer en la satisfacción de los deseos naturales, especialmente los más primarios y necesarios. Cuando se habla de evitar el dolor, aunque evidentemente el no padecer dolor físico es importante para nuestra felicidad, el dolor más dañino es el mental, y en especial el miedo.

Siendo más concretos, el miedo a la muerte y a los dioses es el que más nos impide ser felices. Empezando por los dioses, Epicuro concebía que existen, pero estos no se preocupan en absoluto por los asuntos mundanos, por lo que no es necesario preocuparse por ellos ni ofrecerles sacrificios. En cuanto a lo que a la muerte se refiere, primero debemos explicar que la cosmovisión de Epicuro, siguiendo a Demócrito, es atomista: todo lo que existe, incluida el alma, está formado de átomos que flotan en el vacío, que siempre han existido y nunca dejarán de existir, pero que se separan o se unen para dar lugar a todo lo que existe; esto mismo pasa con el cuerpo y el alma, sus átomos se separan y, cuando eso ocurre, no hay lugar donde pueda acontecer placer ni dolor alguno. Por lo tanto, la solución al problema del miedo a la muerte no se resuelve, sino que se disuelve, de la siguiente manera: “el mal que nos pone los pelos de punta, la muerte, no va nada con nosotros, justamente porque cuando existimos nosotros la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente, nosotros no existimos”.

Por último, los dos últimos postulados del tetrafarmakon, donde aparecen enunciados también el no temer ni a los dioses ni a la muerte, nos explican lo siguiente: lo bueno es fácil de conseguir y lo terrible es fácil de soportar. Lo que nos es bueno, cosas como el sustento o el refugio, es algo que se encuentra al alcance de cualquier persona con un mínimo de esfuerzo; si uno quiere más de lo que necesita, está limitando las posibilidades de satisfacción y felicidad y, por lo tanto, creando una ansiedad innecesaria en la vida. Lo que es terrible, el dolor físico o mental, tarde o temprano acabarán pasando, ya sea porque nos conducen a la muerte o bien porque desaparecen con el correr del tiempo, de modo que debemos confiar en que el placer seguirá al dolor.

 

ESTOICISMO:

La pregunta central del estoicismo es: ¿cómo vivir en un mundo que no controlamos?

Al igual que el epicureísmo, el estoicismo surge a partir de una determinada cosmovisión: los estoicos son materialistas, no existen sustancias incorpóreas y, dado que el universo es una totalidad, todo está hecho de materia, siendo el fuego el elemento principal del cosmos. El fuego representa el logos, un principio racional que no por ello deja de ser material; en el caso del cuerpo, el principio racional es el alma, y es de la misma naturaleza que el logos. Todo el universo se encuentra regido por este logos, está por completo sujeto al ejercicio de esta ley en términos de una rígida dialéctica causa/efecto. Tenemos entonces una visión determinista de la realidad.

La idea del determinismo y de la libertad son tesis metafísicas, la realidad puede ser interpretada desde ambos prismas y no hay una manera de averiguar cuál es la posición correcta. La idea determinista de los estoicos se debe tomar como un postulado moral, uno puede vivir mejor suponiendo que todo funciona de acuerdo con la necesidad y no con el libre albedrío. Evidentemente, existen muchas cosas que no podemos controlar, como el paso del tiempo o la muerte, la naturaleza se mueve en arreglo a una ley natural implacable. ¿De qué manera podemos vivir mejor con aquello que nos ha sido dado y no controlamos? La felicidad debe estar ligada a aquellas cosas que sí podemos controlar, es decir, las cosas internas a nosotros, como la forma de ser, las opiniones, la forma de razonar y los propios deseos. En lugar de tratar de controlar el mundo, lo que los estoicos aconsejan es tener el control sobre uno mismo y sus representaciones.

En el caso de que nuestra felicidad personal esté supeditada a agentes externos, inevitablemente sentiremos frustración; incluso si somos capaces de lograr aquello que deseábamos, experimentaremos ansiedad e intranquilidad antes de cumplirlo ante el hecho de no saber si lo conseguiríamos o no. Evidentemente esto no tiene que interpretarse como que lo que se debe hacer es no participar en la vida, sino más bien en que las metas principales deben ser internas en vez de externas a nosotros. Lo que determina la felicidad, en último término, es la virtud, la forma de reaccionar ante los acontecimientos de la vida. El estoico no es aquel que no tiene emociones, es alguien que las ha transformado para que reflejen su juicio racional; si con la razón podemos identificar los juicios falsos sobre las cosas, entonces los sentimientos que surgen en el curso de la experiencia resultarán de juicios correctos. La ecuanimidad no significa frialdad o ausencia de sentimientos, sino que es señal de haber formado bien las opiniones.

 

COMPARACIÓN DE IDEAS: SEMEJANZAS Y DIFERENCIAS:

La cuestión del sufrimiento es una de las piezas clave para estas filosofías, y la manera en que cada una de ellas lo aborda tiene muchos puntos en común, empezando por el tema de las representaciones del mundo. Como vimos, en el budismo zen se hace hincapié en el rechazo de las categorizaciones y conceptualizaciones del mundo a través del lenguaje, ya que la realidad no es abstracta ni general, sino concreta. Las opiniones que tenemos acerca del mundo afectan a nuestra manera de comportarnos, es por ello que, a través de la meditación, el zen trata de poner al sujeto en contacto directo con la realidad y con uno mismo. En el estoicismo, Marco Aurelio habla del problema del control de nuestros pensamientos sobre el mundo, y esto está directamente relacionado con el tercer de los venenos que expone el budismo: la ignorancia, que hace que se originen el resto de las pasiones que nos afectan. También esto se expone en el epicureísmo, ya que el miedo o el apego que sentimos hacia algo, por ejemplo, el miedo a la muerte o el deseo de cosas que no son ni naturales ni necesarias, nacen precisamente de los juicios erróneos sobre el mundo que nos rodea.

En último término, las opiniones sobre el mundo son las que nos causan sufrimiento, pero la manera de tratar esta cuestión es distinta en cada caso. El epicureísmo persigue el placer, entendido sobre todo como ausencia de dolor, tanto físico como mental; el estoicismo y el zen se centran especialmente en la cuestión de cómo vemos el mundo y en mirar hacia el interior de uno mismo, de manera que nuestra forma de actuar sea de acuerdo con la ley natural. Sin embargo, una de las diferencias principales que yo encuentro es que el zen (y el budismo en general), por su parte, insiste más en el ego, a diferencia del epicureísmo y el estoicismo; las filosofías helenísticas generalmente son individualistas, buscan el desarrollo y construcción del proyecto de vida de cada sujeto, búsqueda de la perfección individual. Analicemos el siguiente fragmento:

“El “yo” es un error fugitivo del samsara: es el individualismo que aísla y el egoísmo generador de la envidia y el odio” (Carus, 2008, p.53)

En occidente, muchas veces se ha considerado que no existe nada más evidente que el propio “yo”, la conciencia individual y, en muchas cosmovisiones, como la judeocristiana, el “yo” personal es algo que es creado en el momento del nacimiento y que seguirá existiendo después de la muerte del cuerpo. Este “yo”, que no existía de manera tan diferenciada en las religiones arcaicas de occidente, aparece junto con el surgimiento de lo que el antropólogo Bellah denominará religiones históricas. Se produce una devaluación del mundo empírico y del “yo” empírico en favor de un “yo” que trasciende al flujo de la experiencia diaria, que se enfrenta a una realidad que se le opone. El budismo parece ser la única de las religiones históricas en las que se postula una suerte de inexistencia del “yo”, al menos de este “yo” esclavo de la transitoriedad y el deseo.En el budismo, el ego no es sino un engaño más; al igual que la realidad es cambiante, nuestro propio “yo” cambia con el tiempo y es algo pasajero; en último término, el apego a uno mismo es causa de sufrimiento igual que el apego a todo lo demás. Sin embargo, esto no debe entenderse como que debamos abandonarnos totalmente; si nuestro cuerpo y mente no funcionan bien, no es posible alcanzar la iluminación. Buda pasó una etapa de su vida como asceta en un primer intento de alcanzar el despertar, tras su renuncia al mundo después de haber contemplado el dolor que existe en él; sin embargo, tras un periodo largo de ayuno, comprendió que el cuerpo es tan importante como el espíritu a la hora de alcanzar la iluminación. Llegó a la conclusión que un ascetismo demasiado severo no trae más que desgaste y malestar, por lo que es necesario que necesidades como comer estén cubiertas, sin entregarse por completo a los placeres. Podría decirse que se encuentra muy en la línea del epicureísmo en este sentido. Al final, la disolución del “yo” es lo que lleva al nirvana, pero en vida podemos alcanzar un estado de conciencia en el cual experimentamos la realidad tal y como es, aquí y ahora: esto es lo que para el zen se denomina satori.

Existen otras muchas diferencias en cuanto a terminologías y visiones del mundo se refiere, como el tema del karma o del vacío, y que no trataré aquí. Digamos que, a modo de conclusión, las tres filosofías poseen un conocimiento profundo a nivel psicológico sobre el ser humano, a través de hacer una hermenéutica de los deseos y miedos comunes a todos, y muestran un camino a recorrer por cada uno de nosotros para llevar una buena vida; no se trata de religiones de salvación, creen que la solución está dentro de uno mismo, y es algo que ningún ente externo, sea un Dios o dioses o en un estado paternalista (si lo vemos desde un punto de vista menos metafísico). En el caso de las filosofías helenísticas, todo gira entorno a la cuestión del cuidado de sí; frente a la doctrina de Platón, que presentaba en su obra “Alcibíades” una relación entre el γνωθι σεαυτόν y el cuidado de sí orientada a la política, las filosofías epicúrea y estoica buscaban la construcción del sujeto moral prepolítico; el cuidado de sí entonces es una práctica de libertad, no ser esclavo de lo externo. Esto conlleva una serie de reglas de conducta que se pueden ir destilando en los textos, se trata de una tarea individual que puede que repercuta en el modo de relacionarnos con los demás. El objeto de estudio de la filosofía es uno mismo.

En oriente, lo más parecido a la doctrina de Platón que encontramos es la de Confucio, sin embargo, la doctrina de Platón no llegó a calar tan profundamente en la sociedad como sí lo hizo el confucianismo. A grandes rasgos, lo que caracteriza el confucianismo es la importancia de moldear a los individuos a través de las convenciones y ritos, para poder fluir de manera armoniosa con el resto de las personas. Es una doctrina que, al igual que el platonismo, está dirigida a la vida en sociedad, que valora mucho el colectivismo. La filosofía zen bebe mucho del taoísmo, el cual se encuentra en las antípodas del confucianismo, ideológicamente hablando: al igual que el epicureísmo o estoicismo, el taoísmo no desprecia la sociedad, simplemente busca la construcción de uno mismo. Considera la felicidad como algo que ya se encuentra en nosotros, y no como un objeto a alcanzar, y siente una suerte de rechazo hacia las reglas y las costumbres éticas para alcanzar el bien común; esto es algo que también el zen heredará. Todas estas corrientes persiguen un objetivo final común, el arte del buen vivir, y lo hacen a través de una serie de prácticas espirituales; buscan la verdad en el sentido hermenéutico, que esté orientada a la vida práctica.

 

NOTAS:

1-     El budismo de la corriente Hinayana surge tras la muerte de Buda (finales del siglo V a. C) y en el siglo IV se celebra el primer concilio budista, en el cual se reúnen discípulos de Budas para ponerse de acuerdo para marcar los textos que habían sido sus enseñanzas. Así llegan a nosotros los principales sutras o textos canónicos. En este concilio fueron recitados para comprobar su fidelidad a la enseñanza original. Los textos que aquí se eligieron son los que marcan la tradición.

2-     El budismo Mahayana, conocido como “el gran vehículo”, es el más extendido de todos y hace un énfasis importante en la idea de la compasión. El Mahayana entiende al Buda como la máxima compasión, liberación no por mi sino por los demás. Sus dos bases principales son lo que se conoce como bodhichita, compasión hacia todos los seres, y sunyata, visión de la realidad última. Se considera a Buda como un ser omnisciente, porque ha sido capaz de ver las bases últimas de la realidad y ama a todos los seres porque se ha dado cuenta de que están conectados. Dentro de esta tradición se encuentran el budismo tibetano y el zen.

 

BIBLIOGRAFÍA:

1-     P. Carus: “El evangelio del Buddha” editorial Maxtor, traducción de Rafael Urbano.

2-     T. Deshimaru: “Preguntas a un maestro zen” editorial Kairós, traducción de Dokusho Villalba

3-     A. Watts: “El camino del zen” editorial RBA, traducción de Juan Adolfo Vázquez.

4-     “Cartas a Meneceo”

5-     R. N. Bellah: “La evolución religiosa” (de estos últimos no tengo edición, utilicé textos impresos que me facilitaron algunos profesores de mi carrera)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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