¿QUÉ TIPO DE PROFESOR DE FILOSOFÍA QUIERO SER?


 


 

Durante la E. S. O y en los años de bachillerato me he topado con dos profesores distintos de filosofía: el primero se llamaba Félix, a quien tuve en las asignaturas de ciudadanía, ética e historia de la filosofía; el segundo, Carlos, solamente me impartió la asignatura de filosofía de primero de bachillerato. Ciudadanía y ética no tuvieron en mi demasiado impacto, ya que se trataban prácticamente de una suerte de misas laicas, donde el profesor daba la consabida homilía. No fue hasta primero de bachillerato que tuve mi verdadera primera toma de contacto con la filosofía, y esta no fue precisamente buena. No recuerdo demasiado bien qué se dio aquel año, más allá de que vimos algunos temas relacionados con la biología, la lógica y la ética. Puede que fuese por falta de madurez, de motivación o simplemente de interés, pero nunca me llamó la atención nada de lo que di en aquellas clases; la pregunta que yo me hago ahora es ¿tuvo el profesor algo que ver con ello?

La crítica más común que suelo escuchar hacia los llamados malos profesores es su falta de interés hacia su propia asignatura. ¿Tenía Carlos poco interés hacia su asignatura? Lo cierto es que no, más aún, sus alumnos le importaban. Avancemos a segundo de bachillerato; un gran número de alumnos me advirtieron de que filosofía era la asignatura más difícil de todo el curso, habida cuenta de las teorías tan enrevesadas e incomprensibles que postulaban los autores del libro y, sobre todo, de la absoluta falta de sentido de esta asignatura. A fin de cuentas, ¿a quién le importa lo que unos cuantos hombres dijeron hace cientos de años? ¿qué interés puede tener para nadie saber si este mundo no es más que la copia de uno ideal, si existe un yo o lo que es el noúmeno? Sin embargo, pese a su mala fama, procuré no dejarme llevar y ver qué tal se desarrollaba la primera clase, después de un tiempo, con Félix.

Recuerdo que la primera pregunta que nos hizo fue acerca de qué es un ser humano; nos pasamos un par de sesiones discutiendo sobre esta cuestión, sin ser capaces ninguno de esbozar una definición satisfactoria. Aquello sirvió como introducción a la materia y, una vez ya comenzado el libro de texto, cada sesión de introducción al tema comenzaba siempre con alentar a los alumnos a debatir brevemente alguna cuestión relacionada con ello, para después pasar a leer el texto. Primero un alumno leía y después otro explicaba, o trataba de explicar, lo que había entendido. Por último, era Félix el que termina de rematar la explicación. De esta manera, se aseguraba varias cosas: la primera, que los alumnos estuviesen atentos y leyesen con atención, la segunda, que todo el mundo participase, ya fuese leyendo o explicando y, la que suele ser más complicada en esta asignatura, que todo el mundo comprendiese lo que el filósofo trataba de expresar. Con el tiempo, me he dado cuenta de que sus clases eran una síntesis entre el método dialógico, logrando además que no se produjese lateralización, y del método fenomenológico. Rara vez utilizaba un lenguaje oscuro en sus explicaciones. Todo esto facilitó que muchas personas tuviesen un acercamiento más llevadero con la filosofía, despertando el interés incluso de unos cuantos alumnos sin interés por los estudios.

¿CÓMO ES UN BUEN PROFESOR?

Esto es algo que se me hace bastante difícil de definir. He hecho un pequeño recorrido por aquellos que me parecieron más relevantes para esta cuestión, sin embargo, esto no me ayuda demasiado. ¿Los métodos que utilizaba Félix le convertían en buen profesor? Poniéndome analítico, las condiciones que debe satisfacer un profesor de filosofía para ser considerado bueno serían:

1.      Tener un buen número de alumnos aprobados. Esta no es una cuestión baladí, ya que vendría a significar, no tanto que sus alumnos estudien mucho, sino más bien que han sido capaces, como mínimo, de escuchar y entender lo que les ha explicado. Lo que nos llevaría a la segunda condición,

2.      Ofrecer explicaciones adaptadas al nivel de los estudiantes. Hacer gala de nuestro extenso conocimiento sobre algo no nos será útil en una clase de secundaria, por lo que debemos conocer bien en qué punto se encuentran nuestros espectadores y de qué puede ser conveniente hablarles.

3.      Conectar con la realidad. Posiblemente esto sea lo fundamental; cuando alguien profano en filosofía escucha por primera vez una de las explicaciones del manual, la reacción más común es la de entender que no tiene una utilidad práctica, más allá de dar una especie de explicación mitológica sobre algún fenómeno (para lo cual, como sucede a menudo, pensará que ya tenemos la ciencia y, por lo tanto, carece de sentido prestarle atención), o contar un relato que no tiene que ver con lo que pasa en el mundo real.

Obsérvese que no he añadido a la lista el gusto por su trabajo o por la filosofía, entre otras cosas porque considero, por un lado, que el resto de las condiciones se podrían dar incluso en ausencia de él y, por otro lado, porque creo que es algo que se da por sentado si la persona en cuestión ha sido capaz de graduarse o licenciarse y después de llevar a cabo el largo proceso de ser profesor. Podría decir que Félix cumplía todas ellas. En cuanto a mí, está claro que quiero cumplir con las expectativas que yo mismo he fijado y que me gustaría despertar en mis alumnos mi mismo interés por esta disciplina; no obstante, soy consciente de que una amplia mayoría la encontrarán como aquella cosa extraña, donde hombres (y algunas mujeres) hablan sobre cuestiones abstractas, oscuras y sin interés. Es posible que estas dificultades se puedan sortear cumpliendo las condiciones necesarias y conjuntamente suficientes que he ofrecido para ser buen profesor, sin embargo, sigue quedando pendiente de responder a esta pregunta: ¿cómo podemos cumplirlas? Solo dos de ellas depende en su totalidad de nosotros, a saber, el no hablar de manera ininteligible y el conectar con la realidad. Ambas tienen que ver con algo que siempre hay que tener presente: a quienes nos estamos dirigiendo. Nuestra misión no es captar personas para que estudien la carrera, sino que nuestro fin es introducirles en este mundo e invitarles a pensar sobre las cosas, a entender por qué alguien teorizó sobre cierto tema.

En el fondo, todos compartimos un cierto instinto filosófico, que nos invita a ir más allá del mundo de los fenómenos; todos tenemos las mismas preocupaciones existenciales. Supongo que mi objetivo, en último término, es mostrar esta realidad ineludible a los alumnos.

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